Doctorados y
salarios en la Educación Superior: El camino a la excelencia académica
Por Gabriela
Vilela Govea, MSc.
Docente ESPOL,
FEN
gvilela@espol.edu.ec
Dos años atrás
se publicó la Ley Orgánica de Educación Superior (LOES). Su objetivo: normar
todo lo relacionado con la educación superior y sus actores. Específicamente el
artículo 150, literal a, establece que para ser
profesor o profesora titular principal de una universidad o escuela politécnica
pública o particular, será necesario tener título de postgrado correspondiente
a doctorado (PhD o su equivalente) en el área afín en que se ejercerá la
cátedra.
A raíz de esto
he escuchado a algunos compañeros docentes comentar, y hasta rebelarse, porque
estos cambios los exhortan a continuar sus estudios; es decir, a obtener una
maestría y un doctorado. Que un docente crea como muy injusto seguir estudiando
suena a una antítesis de sí mismo.
Sin embargo, las razones particulares de cada uno son respetuosamente ciertas y
valederas.
Si usted
recuerda el popular programa de la infancia, el chavo del ocho, deberá tomarlo
por el lado amable. Mírelo así: Una investigación doctoral es un nuevo estilo
de vida profesional que enseña a manejar las herramientas de la investigación
en su área del saber y contribuye a generar solución para los problemas de la
sociedad. ¡Y qué mejor incentivo que una remuneración acorde a tamaña
distinción!
Mientras se
acerca el final del año, en nuestro país se ha dado eco por todos los medios a
la aprobación del Reglamento de Carrera y Escalafón del Profesor e Investigador
del Sistema de Educación Superior, en el cual también se establecen las
categorías determinantes para las remuneraciones acordes con estos nuevos tipos
de docentes universitarios.
La realidad en
nuestro país, sin embargo, es que en algunas universidades la remuneración
percibida por un docente (incluso con experiencia) es, hasta cierto punto,
ofensivo y un limitante para su desarrollo personal y profesional. De igual
manera, existen universidades más justas con sus docentes en este aspecto.
Pese a todo,
para los que estamos involucrados en el área de la educación, coincidimos en
que esto no es sólo una profesión, es una vocación de servicio a la sociedad.
El diario trato con los estudiantes en las universidades nos ha demostrado que
no existe algo más satisfactorio que cambiarle la vida a alguien mediante el
desarrollo del saber. Esto nos recuerda que no puede haber excusa válida para
que un docente ponga por encima de sus estudiantes su bolsillo, su comodidad o
intereses personales.
Por esta
razón, el reglamento pretende establecer remuneraciones dignas que reconozcan
la labor profesional realizada por quienes forman uno de los pilares más
sólidos de la sociedad pero categorizándolos de acuerdo a escalas. Escalas que
ya no están determinadas sólo por la experiencia sino que el título de cuarto
nivel será quien defina su ubicación y remuneración.
Las categorías
de docentes establecidas en el reglamento son: Titular auxiliar, titular
agregado, titular principal, titular investigador, académico invitado o
académico ocasional. En todas ellas se busca que el objetivo máximo sea tener
una planta docente con los mejores doctores en filosofía porque la maestría se
ha convertido sólo en requisito mínimo para ingreso. Ahora bien para doctorarse
se necesita ayuda seria y oportuna que permitan alcanzar esta exigencia hasta
el 2017, caso contrario no hemos logrado nada.
De cualquier
manera, sigo uniéndome al sueño de miles de ecuatorianos de que algún día nuestras generaciones
futuras tengan acceso a una mejor educación universitaria donde los títulos
otorgados sean más que un pedazo de cartón. Sobretodo, me integro al deseo de que
los docentes tengan un bienestar elevado donde converjan su vocación y su
salario.
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