NUEVO INDICADOR
DE DESARROLLO SOSTENIBLE PARA TODOS LOS PAÍSES
Años atrás, en una clase de Desarrollo
Económico Sostenible en la universidad, un docente nos preguntó: “¿Se han
planteado cómo piensa la naturaleza?”. Creímos que se había vuelto loco porque,
como es lógico, ni las plantas ni los animales piensan. Sin embargo, él siguió
con la explicación y dijo: “¿Qué pasaría si un leñador cortara todos los
árboles para hacer leña?”. En ese momento, todos nos dimos cuenta que si nos
ponemos en el lugar de la naturaleza, haríamos las cosas de otro modo.
En la década de los 30, se desarrolló el
Producto Interno Bruto (PIB) por economistas del National Bureau of Economic
Research (NBER). Pronto, el PIB tuvo tanto éxito que trascendió a los
propósitos para los cuales se diseñó siendo no sólo el indicador por excelencia
de la actividad económica, sino la medida de progreso social de uso más
extendido, incluso para políticas públicas de gobierno.
La trascendencia se da porque un aumento
del PIB implica más producción, más horas trabajadas, mayores ingresos y mayor
bienestar. Pero no siempre una mayor producción de bienes y servicios significa
más felicidad para los ciudadanos. Por ejemplo, un atasco de tráfico ocasiona
más consumo de gasolina y, esto, más PIB, pero si consideramos la contaminación
del aire o el efecto sobre el bienestar de los ciudadanos inmovilizados en el
atasco, la valoración debería ser claramente negativa.
Cada vez más economistas rechazan la
idea de que más PIB signifique mejora social. Por esa y otras razones se lo
critica como medida de bienestar.
“Más allá del PIB: Medir el futuro que
queremos” es el nuevo estandarte
hacia el progreso social. El sueño lo generó en la Cumbre de la ONU Río +20,
celebrada en Río de Janeiro a mediados de año, el Programa de las Naciones
Unidas para el desarrollo (PNUD), quien propuso la creación de un índice de
desarrollo sostenible humano capaz de sustituir al PIB.
El punto de partida es el Índice de
Desarrollo Humano (IDH). Éste fue inicialmente concebido por el fallecido
economista pakistaní Mahbub ul Haq en colaboración con Amartya Sen y otros
académicos en respuesta a su desacuerdo de la utilización del PIB como criterio
para medir el desarrollo.
Desde el primer informe en 1990, el IDH
se popularizó por la sencillez con que describe al desarrollo como una media de
los avances logrados en las áreas de salud, educación e ingresos, y a su
mensaje subyacente de que es mucho más que el mero crecimiento económico.
Sin embargo, esta facilidad en su
elaboración recibió críticas de unos tachándolo de simplista y otros que, aún
aceptando sus limitaciones, ponían en duda la elección de los indicadores y el
método de cálculo. Entonces surgieron los cambios. Uno de ellos fue pasar de
una media aritmética a una geométrica. Desafortunadamente, las alternativas
preferibles sólo están disponibles para menos países que los recogidos en el
IDH y no se actualizan con suficiente frecuencia.
El mejor ejemplo es la esperanza de vida
al nacer. Lo realiza la Organización Mundial de la Salud (OMS) con base en
estadísticas vitales nacionales y 69 encuestas de salud realizadas en 60
países, pero no prevé actualizarlo con regularidad. Igual caso es el de la
educación, donde las evaluaciones internacionales en ciencias, matemáticas y
lectura que pueden usarse para ajustes en la calidad de la formación sólo están
disponibles para pocos países.
Estas son algunas razones para
desarrollar el “Índice de Desarrollo Humano Sostenible” que incluye estándares
ya usados y variables medioambientales que permitan contabilizar el costo del
desarrollo humano para las nuevas generaciones.
Ningún esfuerzo por encontrar el
verdadero costo social de desarrollarnos está demás. Tal vez si nos convertimos
en naturaleza comprenderemos la medida real de nuestras acciones.
Publicado:
Agosto 31 de 2012
Revista FEN
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