jueves, 7 de febrero de 2013

Algo sobre educación...

Doctorados y salarios en la Educación Superior: El camino a la excelencia académica


Por Gabriela Vilela Govea, MSc.
Docente ESPOL, FEN

gvilela@espol.edu.ec

Dos años atrás se publicó la Ley Orgánica de Educación Superior (LOES). Su objetivo: normar todo lo relacionado con la educación superior y sus actores. Específicamente el artículo 150, literal a, establece que para ser profesor o profesora titular principal de una universidad o escuela politécnica pública o particular, será necesario tener título de postgrado correspondiente a doctorado (PhD o su equivalente) en el área afín en que se ejercerá la cátedra.

A raíz de esto he escuchado a algunos compañeros docentes comentar, y hasta rebelarse, porque estos cambios los exhortan a continuar sus estudios; es decir, a obtener una maestría y un doctorado. Que un docente crea como muy injusto seguir estudiando suena a una antítesis de sí mismo. Sin embargo, las razones particulares de cada uno son respetuosamente ciertas y valederas.

Si usted recuerda el popular programa de la infancia, el chavo del ocho, deberá tomarlo por el lado amable. Mírelo así: Una investigación doctoral es un nuevo estilo de vida profesional que enseña a manejar las herramientas de la investigación en su área del saber y contribuye a generar solución para los problemas de la sociedad. ¡Y qué mejor incentivo que una remuneración acorde a tamaña distinción!

Mientras se acerca el final del año, en nuestro país se ha dado eco por todos los medios a la aprobación del Reglamento de Carrera y Escalafón del Profesor e Investigador del Sistema de Educación Superior, en el cual también se establecen las categorías determinantes para las remuneraciones acordes con estos nuevos tipos de docentes universitarios.

La realidad en nuestro país, sin embargo, es que en algunas universidades la remuneración percibida por un docente (incluso con experiencia) es, hasta cierto punto, ofensivo y un limitante para su desarrollo personal y profesional. De igual manera, existen universidades más justas con sus docentes en este aspecto.

Pese a todo, para los que estamos involucrados en el área de la educación, coincidimos en que esto no es sólo una profesión, es una vocación de servicio a la sociedad. El diario trato con los estudiantes en las universidades nos ha demostrado que no existe algo más satisfactorio que cambiarle la vida a alguien mediante el desarrollo del saber. Esto nos recuerda que no puede haber excusa válida para que un docente ponga por encima de sus estudiantes su bolsillo, su comodidad o intereses personales.

Por esta razón, el reglamento pretende establecer remuneraciones dignas que reconozcan la labor profesional realizada por quienes forman uno de los pilares más sólidos de la sociedad pero categorizándolos de acuerdo a escalas. Escalas que ya no están determinadas sólo por la experiencia sino que el título de cuarto nivel será quien defina su ubicación y remuneración.

Las categorías de docentes establecidas en el reglamento son: Titular auxiliar, titular agregado, titular principal, titular investigador, académico invitado o académico ocasional. En todas ellas se busca que el objetivo máximo sea tener una planta docente con los mejores doctores en filosofía porque la maestría se ha convertido sólo en requisito mínimo para ingreso. Ahora bien para doctorarse se necesita ayuda seria y oportuna que permitan alcanzar esta exigencia hasta el 2017, caso contrario no hemos logrado nada.

De cualquier manera, sigo uniéndome al sueño de miles de ecuatorianos de que algún día nuestras generaciones futuras tengan acceso a una mejor educación universitaria donde los títulos otorgados sean más que un pedazo de cartón. Sobretodo, me integro al deseo de que los docentes tengan un bienestar elevado donde converjan su vocación y su salario.